Faustino Castaño

Aparte del significado originario que el término “síndrome” tiene en el campo de la medicina, se le suele usar también para referirse a fenómenos que caracterizan una determinada situación. Por ejemplo, se acuñó la expresión “Síndrome de Estocolmo” para referirse a una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su secuestrador. Es en este sentido en el que utilizamos la expresión “Síndrome de Nicodemo” para explicar la tendencia psicológica a asumir, inconsciente y acríticamente, los valores culturales en general y los religiosos en particular del medio en el que se vive y se es educado.

El Evangelio, (Juan, 3:1-12), narra del encuentro con Jesús de un fariseo piadoso al cual le costaba superar los esquemas mentales del medio cultural y religioso en el que se había formado. Seguramente no fue el único caso de este tipo con el que se encontró Jesús en la difusión de su mensaje, y el evangelista quiso resumir y simbolizar en él todos los casos similares. La conclusión a la Jesús llegaba, ante el “caso Nicodemo”, es que era necesario “nacer de nuevo”, es decir, que para asumir el mensaje liberador que Jesús traía era necesario superar los esquemas mentales que son fruto del proceso formativo.

Consideremos, por ejemplo, la forma natural en la que aprendemos el idioma nativo, el que se habla en el medio en el que nos formamos, y lo difícil que resulta aprender una segunda lengua. Pues lo mismo ocurre con todo el resto del legado cultural del medio social en el que nos formamos: valores o principios, sistema económico, formas de vida, normas de conducta, criterios morales, costumbres sociales, creencias y prácticas religiosas…

El caso del Nicodemo del Evangelio era el del tipo medio de los judíos de la época. Había sido educado en un medio social, político y religioso basado en la Ley de Moisés. Jesús asumía ese marco religioso pero quería librarlo de la casuística talmudista, lo que él llamaba “la levadura de los fariseos y saduceos”. Un dicho suyo que expresa el espíritu de la enseñanza que quería transmitir era el de que “se hizo el Sábado para el hombre y no el hombre para el Sábado”. En realidad, se trata de un mensaje revolucionario; pone patas arriba todo el sistema social organizado. Viene a decir que la religión, las leyes, la autoridad política… tienen sentido sólo si sirven al bien de las personas.

Tal como está organizada la sociedad, y no sólo la de la época de Jesús, todo ese legado cultural (valores, criterios morales, sistema religioso, etc.) está organizado en función de los intereses de los poderes dominantes en la sociedad, es decir, se educa a las personas, ya desde su tierna edad, para que asuman ese marco cultural y lo consideren como la cosa más natural del mundo. Si el sistema se ve amenazado por ideas revolucionarias que pretenden cambiar el mundo de base, los poderes dominantes echan mano del personal domesticado a favor de sus intereses. La multitud que pedía a gritos a Pilatos la liberación de Barrabás y la condena de Jesús de Nazaret estaba constituida, en gran parte, por infelices nicodemos que estaban sinceramente convencidos de que contra el Sanedrín y el sacerdocio del Templo de Jerusalén no podía tener razón un simple laico como aquel Jesús que procedía de una aldea insignificante como Nazaret, de la que se decía entonces que de allí no podía salir nada bueno, véase Juan, 1:45-50.

La religión, que en principio responde a una necesidad humana de relacionase con lo transcendente, a lo que llamamos Dios, es utilizada por todos los dominadores de todos los tiempos para mentalizar, a favor de sus propios intereses, a los sometidos y expropiados. Lo mismo ocurre con los sistemas políticos que, en principio, tienen la necesaria y digna función de organizar la convivencia de los colectivos humanos. De ahí que todo sistema de dominación se esfuerce por controlar tanto a los dirigentes políticos como a los sacerdocios religiosos. Son indignos líderes políticos y religiosos los que se prestan a servir como lacayos a los detentadores del poder económico, verdaderos dueños de la sociedad.

Esos liderazgos políticos y religiosos, lo que Jesús llamaba “los reinos de este mundo”, cayeron en la tentación del Satán del poder y el dominio que Jesús rechazó. Jesús nos insta a “nacer de nuevo”, liberarnos de la levadura de los “doctores” que trabajan para el sistema de dominación, el aparato ideológico del sistema que nos mentaliza para que lo aceptemos tal como es. El síndrome de Nicodemo, la tendencia a no cuestionar lo que nos imbuyeron en la mente, nos incapacita para emprender la tarea que Jesús asigna a sus seguidores, la construcción del Reino de Dios y su justicia.

Esto ocurrió desde la época de Jesús hasta ahora. Se supone que las personas que se sintieron interpeladas por el llamamiento de Jesús y asumieron la misión de seguirle e imitarle estarían volcadas en su proyecto liberador, la construcción de ese Reino distinto de los de este mundo. Entonces tenemos que preguntarnos qué resultó, tras dos milenios, de esa vocación transformadora. La historia de esos 20 siglos nos muestra que las iglesias cristianas fueron abandonando el programa liberador del Mesías Jesús para ir cayendo en una religiosidad centrada en el culto, la oración…

De la primitiva comunidad cristiana de Jerusalen el libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice que: …todos los que creían se reunían y tenían todas las cosas en común. Vendían sus posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según su necesidad... …La multitud de los que habían creído era de un solo corazón y una sola alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que todas las cosas les eran comunes. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos. No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que eran propietarios de terrenos o casas los vendían, traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles. Y era repartido a cada uno según tenía necesidad.

Aún en el siglo IV, un obispo como Ambrosio de Milán escribía:

Porque la naturaleza ofrece generosamente todo para todos en común. Dios ordenó que todo se produjera para proporcionar alimento a todos en común; su plan era que la tierra fuera, por así decirlo, la posesión común de todos nosotros. La naturaleza produjo derechos comunes, entonces, es la codicia usurpadora la que ha establecido los derechos privados.

Pero en el ámbito religioso cristiano se fue paulatina pero incesantemente aceptando y defendiendo los sistemas de dominación basados en el mercado y la propiedad privada con todo el abuso y desigualdad que generan. Nuestra Iglesia se dedicó a perseguir y condenar a todos los movimientos internos y externos a ella que postulan recuperar el espíritu del mensaje evangélico. Esta plenamente dedicada a fabricar nicodemos; la enseñanza que imparte parece tener por objetivo difundir la idea de que Jesús vino al mundo para que rezásemos mucho. Jesús valoraba lo que la oración significa en la relación del hombre con el Padre, pero la única oración que enseñó a sus discípulos fue el “Padre nuestro”, y lo hizo sólo cuando ellos le pidieron: “enséñanos a orar” (Lucas 11:1-4), y además se trata de una oración comunitaria: “Padre nuestro”, muy lejos del espíritu individualista que fomenta la oración “íntima e individual” que propugnan muchos predicadores actuales. Jesús enseñó que la relación que Dios quiere con los humanos pasa por la relación fraternal de los humanos entre sí: amar a todos, amigos y enemigos, como hermanos, perdonar las ofensas, renunciar a la violencia, bendecir a quienes nos maldicen, rogar por quienes nos persigan, compartir lo que somos y tenemos con quien nos necesite…En resumen, su misión no tenía por objetivo principal promover rezos y devociones sino amor y servicio al prójimo. Concebía su misión como la realización de las profecías que anunciaban un Mesías liberador de los pobres oprimidos.

Esto lo olvidan y nos lo quieren hacer olvidar los promotores de cultos de oración como el inquisidor Domingo de Guzmán, iniciador de la devoción del “Santo Rosario”, o Ignacio Larrañaga, promotor de “talleres de oración”, o los organizadores de adoraciones nocturnas o perpetuas. Es hora de que alguien en la Iglesia se atreva a decir que esa gente son simples nicodemos que guían a otros nicodemos o, como decía Jesús: “ciegos que guían a otros ciegos”. Jesús no siente soledad en ningún sagrario esperando que vayan a acompañarlo allí con oraciones. Donde él quiere ser acompañado y recibiendo solidaridad es en la gente oprimida y necesitada, por ejemplo en la Cañada Real, donde a las penalidades y carencias que allí sufrían se le añadió, hace dos años, el corte del suministro eléctrico por parte de personas que, al parecer, rezan mucho.

Ese personal abandonado, y otro similar en otros puntos del país, y muchos millones de personas en amplias zonas del planeta son el hombre expoliado y herido que presenta la parábola del Buen Samaritano. Jesús valoraba más la solidaridad del samaritano que la devoción del sacerdote y el levita que acudían a orar en el Templo y pasaron de largo dejando de lado al necesitado. Si nos centramos en devociones y cultos abandonando a las víctimas del sistema y no hacemos nada para cambiar este sistema eso significa que no hemos aprendido nada del Evangelio y que seguimos, como Nicodemo, atrapados en la deformada tradición religiosa de nuestra sociedad injusta. Si queremos ser verdaderos seguidores de Jesús de Nazaret debemos esforzarnos por superar los esquemas mentales que nos obligan a respetar lo socialmente establecido, superar el síndrome de Nicodemo, lo que Jesús llamaba “nacer de nuevo”.