Faustino Castaño
Hoy el neoliberalismo se siente victorioso, apoyándose en el inmenso poder de los intereses económicos a los que sirve.
Pero se trata de un gigante con pies de barro. Es previsible y verosímil que pierda la batalla definitiva desgarrado por
las profundas contradicciones que genera. La humanidad podrá alcanzar un futuro más digno sólo si se libera de ese sistema
económico monstruoso y la falacia de sus dogmas, como los de "competitividad" y "libre cambio".
Su implantación se basó en la abolición del
proteccionismo, o sea, las fronteras económicas, el sistema que restringía el libre flujo de capitales. Hagamos un repaso
de las consecuencias de esos cambios, conocidos con los nombres de mundialización y globalización de la economía.
La libertad de flujo de capitales que consagra el sistema liberal permite una gran movilidad de los recursos de inversión de
unas zonas del planeta a otras buscando siempre el mayor beneficio. El beneficio pasa a ser el objetivo primordial, no el ser humano;
los hombres son sacrificados en aras de ese nuevo dios del capital financiero. Como consecuencia de esa movilidad selectiva muchas
empresas y aún países enteros caen en la valoración de no competitivos y por tanto no interesantes para los inversores, y eso
origina la aparición de un ejército de parados. Fábricas y campos de cultivo abandonados, zonas ex-indutriales
deprimidas, miles de familias que pierden su poder adquisitivo y su posibilidad de una vida digna... En otros lugares se
crean industrias nuevas, con una tecnología punta que permite la automatización y la reducción del número de trabajadores;
por cada nuevo puesto creado se destruyen dos.
El paro pasa a ser el principal problema de la sociedad; para crear puestos de trabajo hay que ser competitivos, atraer al
capital; lo que hace imprescindible reducir los salarios, incentivar a las empresas disminuyendo sus impuestos, eliminar
cargas sociales, liberar de tributación a las rentas del capital. Por ello resulta imposible mantener las pensiones y ya
no es viable el "estado del bienestar" ni sostenible el seguro de desempleo...
Los sindicatos y otras asociaciones ciudadanas y obreras, que habían constituido el marco organizativo en la lucha social por
la mejora de las condiciones de vida y de trabajo pasan a tener una valoración de "indeseables" en el contexto de una política
nacional que intenta atraerse las inversiones de capital. Los gobiernos actuaron rápidamente para desregular el mercado laboral; el
trabajo fijo tiende a desaparecer en favor de contratos temporales, sin derechos laborales. Se estableció el despido libre
y elaboraron legislaciones que hacen prácticamente imposible el ejercicio del derecho de huelga.
Los escasos puestos de trabajo que la industria demanda se tramitan a través de agencias privadas de colocación que
garantizan el rechazo de los trabajadores no dóciles o con antecedentes de activismo sindical. Los despidos, el miedo, el
paro, el hambre... son bazas en mano de los empresarios para garantizar una mano de obra sometida y resignada. En esas
condiciones los sindicatos se ven abocados a su desaparición o deben amoldarse a comportarse como un elemento más del
sistema.
Se incrementan a un ritmo galopante el paro, la marginación y la pobreza mientras se potencian los sectores bancario y
financiero. Una contradicción flagrante de este sistema es que la producción se incrementa y se produce más con menos
trabajadores, pero esto origina que con el paro resultante crecen el hambre y la marginación.
Se produce más pero no es posible mantener el nivel de vida anterior, ni las conquistas sociales del pasado, ni los derechos
económicos que proporcionaban garantías a los ciudadanos. Resumiendo: se produce más y sin embargo la gente vive mucho
peor, salvo un pequeño sector de clases acomodadas, con alto nivel de consumo, cuyo standing mejora sin cesar.
La globalización tiene efectos también en los terrenos de la cultura y la información. Con el gran poder de los medios de
difusión, los dominadores del sistema y sus grandes beneficiarios desarrollan una política formativa e informativa
destinada a justificar la explotación y la marginación en las mentes de los explotados y marginados; destinada a convencer a
las víctimas de la expoliación de que además tienen razón expoliándolas.
Es impensable que una situación así se pueda mantener durante mucho tiempo más. Se mantendrá justo el plazo que los pueblos tarden en
comprender que les interesa ponerle fin, que necesitan ponerle fin, y además que pueden ponerle fin. La
globalización y sus consecuencias no constituyen una realidad irreversible; es una pesadilla de la que podemos despertar.
La Historia no ha llegado a su fin, y el futuro está aún sin escribir.
La persistencia del actual sistema dominante significaría una catástrofe para la humanidad; significaría el fin del propio sistema
pues se está nutriendo de la propia base que lo sustenta, destruyéndola. También significaría una degradación irreversible del
medio natural. El capitalismo necesita que lo salven de sí mismo, de los daños que es capaz de infligirse a sí mismo y a
toda la humanidad. Desde los propios medios dirigentes del sistema se proponen iniciativas para limitar la libertad de flujo
de capitales. Los explotadores no pueden seguir explotando como hasta ahora, y los explotados no quieren seguir siendo
explotados como hasta ahora. El gran movimiento migratorio de población existente actualmente en gran escala es un
síntoma de ese desequilibrio. El integrismo religioso y cultural que toma la forma de un enfrentamiento entre civilizaciones
es otro síntoma. Como lo son también los disturbios y convulsiones sociales que se dan en la periferia del sistema, periferia
que en las actuales circunstancias puede ubicarse incluso en las grandes urbes del mundo altamente industrializado, como ocurrió con
los disturbios de París a finales del año 2005.