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Faustino Castaño

El Manifiesto Comunista entraña una capacidad movilizadora que transciende la época en la que fue escrito. Este documento de Marx y Engels, más allá de la variabilidad del capitalismo que denuncia y de los fracasos de las revoluciones que inspiró, constituye una utopía que planea sobre el mundo, un testimonio de la gran esperanza en realizarse el viejo sueño de un mundo más justo y más fraternal. Un sueño continuamente recomenzado.
El estudio de su vigencia en la actual coyuntura histórica comporta definir qué partes siguen siendo aplicables a nuestra sociedad actual y qué partes no se corresponden ya con ella o qué previsiones no se realizaron. Es claro que el Manifiesto contiene afirmaciones que no se pueden suscribir en nuestra época. Por ejemplo, Marx no apreció en toda su importancia los aspectos nacionales de la cuestión proletaria y sobreestimó la posibilidad de una revolución proletaria en Alemania.
Pero la vigencia del Manifiesto es notoria si consideramos las ideas básicas que transmite. Considérese, por ejemplo, el aserto de que la historia de toda sociedad hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Marx no descubría la lucha de clases; los grandes historiadores franceses de comienzos del siglo XIX la mencionan regularmente. La lucha de clases existe en la historia y los historiadores constatan su realidad. Marx supo ver que la existencia de clases sociales diferentes, con intereses opuestos, tuvo en la historia de las sociedades un papel esencial, de motor de la historia, que antes no se había analizado suficientemente. Marx constató que la sociedad burguesa moderna surgida de las ruinas de la antigua sociedad feudal, no superó los viejos antagonismos de clase. Estableció nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas formas de lucha. Sin embargo, no puede decirse que haya simplificado los antagonismos de clase. El movimiento de la sociedad moderna es, en el comienzo del tercer milenio y en pleno proceso de mundialización, muy distinto de cómo lo observaron Marx y Engels. No se redujo a dos grandes clases que se enfrentan directamente, sino que se ha complicado más. La sociedad actual se divide en diversas capas sociales de estructuras cada vez más complejas y cuyas relaciones son más complicadas que un simple antagonismo. Se registraron grandes cambios sociológicos, resultado de enormes transformaciones tecnológicas, que afectaron a las condiciones de producción y a la economía en general.
Resulta bastante certera, en cambio, su descripción de el ascenso de la burguesía, de la que dice que es el producto de un largo proceso de desarrollo de toda una serie de revoluciones acaecidas en los modos de producción y de intercambios, y su afirmación de que, en esencia el gobierno moderno no es más que un comité que gestiona los asuntos comunes de la clase dominante. Y ello es así aunque la burguesía, que consiguió conquistar con una gran lucha el poder político exclusivo en el Estado representativo moderno, no lo ejerce siempre de modo directo. Los mecanismos de su hegemonía son en la actualidad bastante complicados.
Los autores del Manifiesto constatan que la burguesía tuvo en la historia un papel enormemente transformador: disolvió la dignidad de la persona en el valor de cambio y reemplazó las innumerables franquicias por una libertad única y descarada: el libre cambio. En lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas o políticas puso la explotación abierta, directa, en toda su crudeza. Convirtió en asalariados al médico, el jurista, el científico... Arrancó a las relaciones familiares el velo del sentimentalismo, reduciéndolas a una simple relación de dinero. Marx y Engels ponen así de manifiesto el papel del dinero en las relaciones humanas en la sociedad burguesa. Nuestra sociedad aparece así reflejada y cuestionada: la dificultad de las relaciones humanas que genera, la ausencia de ideal que origina, la carrera en pos del dinero y la ganancia.
Por lo demás, Marx destaca los méritos de la burguesía, que mostró que la actividad humana es capaz de realizar unas maravillas muy distintas de las pirámides egipcias, los acueductos romanos y las catedrales góticas. Desde la época de Marx esas maravillas han ido en aumento. El hombre llegó a la luna, conoce la televisión y el automovil, domina el átomo, creó la informática y las fábricas automatizadas, todo un mundo que Marx no podía imaginar.
Pero también amontonó decenas de millones de personas en ciudades sin alma y sin belleza, dejando a cientos de millones de hombres en una indigencia tan trágica, por lo menos, como la de los obreros del siglo XIX. Campos del mundo no desarrollado, ciudades superpobladas con innumerables chabolas, así es nuestro mundo al comienzo del siglo XXI. El Manifiesto expresa la ira de cientos de millones de hombres ante su condición inhumana y su esperanza en un mundo mejor.
También encaja en nuestra época la descripción que Marx hace del incesante trastorno de la producción burguesa, la permanencia de la inestabilidad. No acierta cuando escribe que las limitaciones y los particularismos nacionales resultan imposibles, pero tiene razón al observar que la burguesía precipita en la civilización hasta a las naciones más bárbaras... Obliga a todas la naciones a adoptar el modo de producción burgués, las convierte en naciones burguesas. Crea un mundo a su imagen.
Sin embargo, no tenía razón al pensar que la sociedad burguesa estaba al borde de su hundimiento. Dio pruebas de más capacidad de resistencia y de adaptación de lo que imaginaba. La previsión de Marx sobre la evolución de las capas medias, que caerían en el proletariado, es acertada sólo si se da al término "proletariado" un significado muy amplio identificándolo con los asalariados, no estrictamente el de obrero y trabajador manual. Las condiciones de trabajo que se describen en el Manifiesto no son las actuales, gracias a las luchas de los trabajadores inspirados en el propio Manifiesto, y también por las transformaciones tecnológicas.
Marx escribe que de todas las clases existentes en la sociedad frente a la burguesía, sólo el proletariado forma una clase realmente revolucionaria. Las demás languidecen y se apagan ante la gran industria cuyo producto más acabado es el proletariado. También esto es cierto solamente si por proletariado se entiende a todos los asalariados y no sólo a los obreros industriales
Marx constataba que el proletariado no tiene propiedad y que las relaciones con su familia no se parecen a las de la familia burguesa. Esto no se corresponde a la realidad actual. Cierto que los asalariados no detentan la propiedad de los medios de producción, pero poseen algunos bienes. La relación con su familia y sus hijos se parecen a los de la burguesía. Y además el proletario no ha sido despojado de todo carácter nacional. Marx estimaba que las leyes, la moral y la religión son prejuicios burgueses que disimulan otros tantos intereses burgueses, pero las leyes, la moral y la religión demostraron que pueden ser también palancas para derribar los intereses burgueses.
En cambio, otras afirmaciones de Marx y Engels son más ciertas hoy que en la época en que fueron formuladas. Cuando Marx escribía que el movimiento proletario es el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en interés de la inmensa mayoría, se anticipaba al futuro y ampliaba considerablemente las fronteras del proletariado. Igual que cuando afirmaba que para existir y para dominar, la clase burguesa necesita una cosa esencial: la acumulación de la riqueza en manos de los particulares, la formación y el crecimiento del capital, la condición del capital es el asalariado.
Según Marx, la burguesía produce ante todo sus propios sepultureros. Su eliminación y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables. Esta, a modo de profecía mesiánica, tiene vigencia si se la considera como la formulación de una tarea a realizar, una meta por la que luchar, un fin a conseguir, y no como una creencia en un determinismo histórico. La historia no está escrita de antemano; todas las posibilidades están abiertas y el futuro será el resultado de los trabajos y los esfuerzos humanos.
El siglo y el milenio que comenzaron serán el escenario temporal del enfrentamiento entre las fuerzas que quieren perpetuar la explotación y las que quieren construir un mundo nuevo derrocando el orden social y económico tal como existe en el presente. Con razón las clases dominantes tiemblan ante la amenaza de una revolución de la creciente masa de los oprimidos, explotados y marginados del mundo. Los proletarios tienen un mundo para ganar. El fantasma de la utopía y del comunismo sigue campando por Europa y por el mundo. ¡Proletarios de todos los países, uníos!.