Otro modelo de evangelización

Faustino Castaño


Jesús anunció el Reino de los Cielos y lo que vino fue la Iglesia


El núcleo de la predicación de Jesús es el anuncio del Reino de Dios o Reino de los Cielos.


Jesús pretendía no solamente anunciar sino también hacer presente el Reino de Dios. Jesús se veía a sí mismo no solamente como anunciador sino también como realizador o agente histórico de ese Reino. O como iniciador del mismo.


Como el Padre me envió, así os envío yo.


Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú ven a anunciar el Reino de Dios.


El reino de Dios, que Jesús anuncia y pretende realizar, es, realmente, algo más interesante y más emocionante, y también más peligroso (a Jesús le costó la vida), que la actual Iglesia dogmática, autoritaria y ritualista.


...en la lucha de clases el Evangelio es una toma de posición a favor de los explotados y en contra de los explotadores. Esto es preciso resaltarlo porque con demasiada frecuencia el tipo o modelo de “evagelización” que la Iglesia lleva a cabo es justamente lo contrario.


El Evangelio del Mesías Jesús es un factor positivo de transformación social, y el Reino que él anuncia es la victoria total y definitiva de la justicia. Pero la Iglesia que se dice fundada por él ha venido a ser un factor de estancamiento y regresión, de conservación de los poderes injustos existentes en el mundo.


La jerarquización que constituye su organización interna es un reflejo y una reproducción de la sociedad clasista, y la autoridad de que se reviste la cúpula de su jerarquía es un poder absolutista de los que ya casi no quedan en la sociedad laica.


Llama la atención el hecho de que la primera reacción de esas comunidades a las exigencias de justicia planteadas por el mensaje de Jesús fue la de poner en común los bienes dentro de la comunidad de los seguidores del Maestro.


Y todos los que creían se reunían y tenían todas las cosas en común. Vendían sus posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según su necesidad.
La multitud de los que habían creído era de un solo corazón y una sola alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que todas las cosas les eran comunes. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos. No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que eran propietarios de terrenos o casas los vendían, traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles. Y era repartido a cada uno según tenía necesidad.


...Juan dijo:
-Maestro, vimos a cierto hombre echando fuera demonios en tu nombre, y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros.
Jesús le dijo:
-No se lo prohibáis. Porque el que no es contra vosotros, por vosotros es.



Después, en el bimilenario proceso de deformación vendría el establecimiento de la Cátedra de Pedro, Magisterio de la Iglesia, infalibilidad papal…


Por los evangelios sabemos que había más discípulos, que eran tan testigos como los otros once. El pasaje de Emaús da incluso el nombre de dos de esos discípulos y ninguno de ellos pertenecía al grupo de los once y sin embargo eran tan testigos como éstos. Y está además el caso de María Magdalena y otras mujeres que acompañaban a Jesús, en su predicación itinerante, en igualdad de condiciones que los varones del grupo. Sin embargo el grupo de discípulos se autoreduce a doce, entre los cuales no hay ninguna de las mujeres del grupo anterior...

El núcleo de la predicación de Jesús es el anuncio del Reino de Dios o Reino de los Cielos. En el contexto de la época y de los documentos o escrituras que narran la actividad de Jesús, el término “evangelización” significa precisamente anunciar y hablar del Reino de los Cielos. Y cabe destacar dos circunstancias relativas al hecho de evangelizar y a su contenido, el Evangelio. La primera es que la propia palabra “evangelio” etimológicamente significa “buena noticia”, y la otra, que el propio Jesús menciona (Mateo 11:5), es que los destinatarios de esa evangelización o buena noticia son los pobres.
A estas dos, se le debe añadir una tercera característica, y es que en el anuncio de Jesús, la realización o venida de ese Reino se presenta como algo muy próximo. La clave de esa proximidad es que Jesús pretendía no sólo anunciar sino también hacer presente el Reino de Dios. Jesús se veía a sí mismo no sólo como anunciador sino también como realizador o agente histórico de ese Reino. O como iniciador del mismo. De hecho, una de las parábolas del Reino, la del grano de mostaza, contempla la implantación del Reino de los Cielos como un proceso progresivo, desde un comienzo humilde hasta una realización plena. La continuación de lo que él inicia es una tarea que él transfiere a sus seguidores: Como el Padre me envió, así os envío yo (Juan 20:21). O sea que todo retraso en la implantación del Reino (y van ya 20 siglos de retraso) es responsabilidad nuestra, de los seguidores de Jesús. Y esto ocurrió y sigue ocurriendo porque la organización de los seguidores de Jesús, o sea la Iglesia, ha asumido un modelo de evangelización que nada tiene que ver con el Reino de los Cielos y con el mensaje del Maestro.
Como dato anecdótico de la disparidad entre la idea de Jesús sobre el Reino de Dios y lo que está siendo en realidad la práctica de la Iglesia, veamos, por ejemplo, lo que el Maestro le responde a un discípulo al que había invitado a seguirle y que quería posponer el seguimiento hasta haber enterrado a su padre. En Mateo 8:22 la respuesta de Jesús es: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. En Lucas 9:60 el texto dice: Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú ven a anunciar el Reino de Dios. Leyendo esos versículos uno queda bajo la impresión de que el anuncio y la realización del Reino de Dios es algo más interesante y más excitante que algunos deberes piadosos como el de dar sepultura a los muertos, aunque sean parientes. ¿Se ve, en la actual práctica eclesial, la dedicación de los discípulos de Jesús a tareas interesantes? Las parroquias parecen ser, esencialmente, dispensarios de servicios religiosos, de carácter cultual, litúrgico, entre los que destacan precisamente los servicios funerarios, que Jesús calificaba, despectivamente, de ocupación de muertos. Para colmo, esa práctica cultual o ceremonial ha devenido ocupación profesional de un sector reducido de los miembros de la Iglesia en el marco de una diferenciación jerárquica (sacerdocio, laicado) que el Maestro no estableció.
¿Cuál es, o debe ser, entonces, el contenido de una verdadera evangelización que anuncie y contribuya a la realización del Reino de Dios? No falta, entre los teólogos, la opinión de los que pretenden que el objetivo de Jesús era establecer precisamente esta Iglesia, tal como es, y que la existencia de esa organización es ya una respuesta y un cumplimiento del anuncio de Jesús sobre el Reino de los Cielos. No se puede aceptar esa falsificación.
El reino de Dios, que Jesús anuncia y pretende realizar, es, realmente, algo más interesante y más emocionante, y también más peligroso (a Jesús le costó la vida), que la actual Iglesia dogmática, autoritaria y ritualista. Para ver de que se trata, realmente, el proyecto de Jesús, demos un repaso a lo que dicen sobre ese tema las Escrituras, y no sólo las del Nuevo Testamento, pues la expresión y el concepto de “Reino de Dios” aparece ya en algunos profetas y también en algunos salmos. En todos los casos esa expresión va siempre ligada a la idea de justicia, entendida como la liberación de los pobres y oprimidos. En Amós 5:23-24 leemos:

Quita de mí el bullicio de tus canciones, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Más bien, corra el derecho como agua, y la justicia como arroyo permanente.

En ese texto se ve un claro rechazo de lo cultual y litúrgico (las canciones y la música del Templo) en favor de la justicia.

En Isaías 1:17 se pone en boca de Dios lo siguiente:
Aprended a hacer el bien, buscad lo justo, reprended al opresor, defended al huérfano, amparad a la viuda.

Hablando del Mesías, tenemos:

…juzgará con justicia a los pobres, y con equidad arbitrará a favor de los afligidos de la tierra… (Isaías 11:4)

…Haced justicia cada mañana y librad a quien es despojado de mano del opresor… (Jeremías 21:12)

Así ha dicho Jehovah: Practicad el derecho y la justicia; librad a quien es despojado de mano del opresor; no maltratéis ni tratéis con violencia al forastero, ni al huérfano ni a la viuda; no derraméis sangre inocente en este lugar. (Jeremías 22:3)

¿No consiste, más bien, el ayuno que yo escogí, en desatar las ligaduras de impiedad, en soltar las ataduras del yugo, en dejar libres a los quebrantados y en romper todo yugo? ¿No consiste en compartir tu pan con el hambriento y en llevar a tu casa a los pobres sin hogar? ¿No consiste en cubrir a tu prójimo cuando lo veas desnudo, y en no esconderte de quien es tu propia carne? (Isaías 58:6-7)

Dios mío, da tu juicio al rey,
y tu justicia al hijo de reyes.
para que rija a tu pueblo con justicia,
y a tus humildes con rectitud.
que los montes traigan paz para tu pueblo;
y las colinas, justicia.
que el defienda a los pobres del pueblo;
socorra a los hijos del necesitado
y quebrantará al opresor…
…que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna…
…porque él librará al pobre que suplica,
y al afligido que no tiene quien le socorra…
él tendrá piedad del pobre y del necesitado, y salvará la vida de los pobres.
de la opresión y de la violencia redimirá sus vidas;
la sangre de ellos será preciosa a sus ojos...
(Salmo 72)

Jesús asume ese programa mesiánico. Al referirse a la evangelización (la difusión y realización de la Buena Noticia), él presenta como destinatarios a los pobres:

…los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son hechos limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres se les anuncia el evangelio. (Mateo 11:5)

Y en el himno (Magnificat) que Lucas pone en labios de María, se lee:

Desplegó (el Poderoso) la fuerza de su brazo;
dispersó a los de corazón soberbio
derribó a los poderosos de sus tronos
y levantó a los humildes.
a los hambrientos sació de bienes
y a los ricos los despidió vacíos.
(Lucas 1:51-53)

O sea que en la lucha de clases el Evangelio es una toma de posición a favor de los explotados y en contra de los explotadores. Esto es preciso resaltarlo porque con demasiada frecuencia el tipo o modelo de “evagelización” que la Iglesia lleva a cabo es justamente lo contrario. El Evangelio del Mesías Jesús es un factor positivo de transformación social, y el Reino que él anuncia es la victoria total y definitiva de la justicia. Pero la Iglesia que se dice fundada por él ha venido a ser un factor de estancamiento y regresión, de conservación de los poderes injustos existentes en el mundo. La jerarquización que constituye su organización interna es un reflejo y una reproducción de la sociedad clasista, y la autoridad de que se reviste la cúpula de su jerarquía es un poder absolutista de los que ya casi no quedan en la sociedad laica. Una Iglesia que no suscribió y no respeta en su funcionamiento interno los Derechos Humanos no puede pretender estar representando ante el mundo el Reino que Jesús anunciaba.
Pero las cosas no fueron siempre así. Después de haber visto cómo concebían ese reino en el Antiguo Testamento y cómo lo entendía Jesús, conviene que veamos también la respuesta de las primeras comunidades cristianas a la exigencia evangélica de justicia. Llama la atención el hecho de que la primera reacción de esas comunidades a las exigencias de justicia planteadas por el mensaje de Jesús fue la de poner en común los bienes dentro de la comunidad de los seguidores del Maestro. El el libro de los Hechos de los Apóstoles 2:42-45, hablando de la primera comunidad de Jerusalén, tenemos:

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones. … Y todos los que creían se reunían y tenían todas las cosas en común. Vendían sus posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según su necesidad.

En el mismo libro, versículos 4:32-35 se añade:

La multitud de los que habían creído era de un solo corazón y una sola alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que todas las cosas les eran comunes. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos. No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que eran propietarios de terrenos o casas los vendían, traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles. Y era repartido a cada uno según tenía necesidad.

Ese tipo de comunidad y su funcionamiento eran a la vez una forma o modelo de evangelización y una práctica de vivencia del Evangelio en orden a la construcción del Reino de los Cielos. Esa comunidad de bienes, reflejo de una efectiva comunidad de sentimientos, es llamada por Lucas κοινονια (koinonia, o sea comunismo). En efecto, aportar cada uno lo que tiene y puede, y tomar cada uno según su necesidad, es, ni más ni menos, el ideal comunista que actualmente se formula de manera muy parecida: de cada uno según su posibilidad, a cada uno según su necesidad. Sorprende que una Iglesia que hizo del anticomunismo su bandera durante los siglos XIX y XX, en que definió la idea comunista como “intrínsecamente mala”, haya tenido en sus orígenes la voluntad y práctica del comunismo como expresión económica de la justicia para los pobres que postula el Reino de Dios anunciado por el Evangelio de Jesús.
Hay más testimonios neotestamentarios sobre la respuesta en un espíritu de koinonia o comunismo a la exigencia de justicia proclamada en la Buena Nueva del Reino. En la Carta a los Hebreos 13:16 leemos: No os olvidéis de hacer el bien y de compartir lo que tenéis, porque tales sacrificios agradan a Dios.
Todavía en el siglo II hay algunos escritos cristianos (como la Didaché y la Carta de Bernabé) que muestran que se valoraba ese compartir comunitario. Pero, en general, la evolución dentro de la Iglesia a lo largo de 20 siglos consistió en alejarse del espíritu de las enseñanzas evangélicas sobre ese tema y sobre otros. Concretamente sobre los temas de la diferenciación jerárquica y la subordinación de las mujeres en la Iglesia, el proceso de degeneración comenzó incluso antes que en el tema de la comunidad de bienes. Suele haber tendencia a idealizar la primitiva comunidad de Jerusalén y presentarla como el modelo inicial a seguir. Sin embargo vemos que el espíritu de la enseñanza del Maestro ya había empezado a ser traicionado entonces. En Hechos 6:1-5 se nos dice:

En aquellos días, como crecía el número de los discípulos, se suscitó una murmuración de parte de los helenistas contra los hebreos, de que sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria. Así que, los doce convocaron a la multitud de los discípulos y dijeron:
-No conviene que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas. Escoged, pues, hermanos, de entre vosotros a siete hombres que sean de buen testimonio, llenos del Espíritu y de sabiduría, a quienes pondremos sobre esta tarea. Y nosotros continuaremos en la oración y en el ministerio de la palabra.
Esta propuesta agradó a toda la multitud; y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía. Presentaron a éstos delante de los apóstoles; y después de orar, les impusieron las manos.


Suele ocurrir que hechos que aparentemente tienen poca importancia den lugar a grandes consecuencias, y un pequeño paso puede ser el inicio de una larga marcha. En principio parece lógico que el crecimiento de la comunidad de los seguidores de Jesús diese lugar a una cierta organización de funciones, y que se asignase a personas concretas el desempeño de algunas tareas. Pero lo cierto es que el hecho que narran los anteriores versículos citados fue el origen de grandes deformaciones que tuvieron lugar, a lo largo de 20 siglos, en la organización de la Iglesia. La imposición de las manos por parte de los apóstoles fue el inicio de lo que a partir de mediados del siglo II fue considerado como ordenación sacerdotal y episcopal, que se fue imponiendo a lo largo del siglo III para ser institucionalizado en el siglo IV, y que establece una diferenciación jerárquica (en la que jamás había pensado Jesús) entre los miembros de la asamblea de creyentes, con subordinación de unos a otros. Después vendría la creación de los cardenales o Príncipes de la Iglesia, el poder absoluto de los papas de Roma...
Por otra parte, el hecho de que los apóstoles se reservasen el “ministerio de la palabra” denota que esos primeros discípulos de Jesús seguían en sus trece de monopolizar la evangelización, desobedeciendo expresamente la enseñanza del Maestro en Lucas 9:49-50 que dice:

Entonces respondiendo Juan dijo:
-Maestro, vimos a cierto hombre echando fuera demonios en tu nombre, y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros.
Jesús le dijo:
-No se lo prohibáis. Porque el que no es contra vosotros, por vosotros es.


Después, en el bimilenario proceso de deformación vendría el establecimiento de la Cátedra de Pedro, Magisterio de la Iglesia, infalibilidad papal… Y una enormidad: en la autoatribución del control de la palabra y la enseñanza, la Iglesia llegaría a prohibir, al pueblo creyente, durante siglos, la lectura de las Escrituras y su traducción a lenguas que la gente comprendía.
Finalmente, en el mencionado pasaje de Hechos 6:1-5 vemos que entre los siete varones elegidos sólo hay eso: varones, ninguna mujer. La situación de la mujer en la Iglesia ya había empezado a ser de subordinación, de segunda categoría. En la narración que nos hace el libro de los Hechos sobre Pentecostés hay algo que no sorprende a los lectores sin sentido crítico, que parecen ser la mayoría de los creyentes. En primer lugar se ve que los discípulos de Jesús, de alguna manera, ya se habían dado algún tipo de organización. Un grupo de ellos se autoproclamaron “apóstoles”, o sea “testigos” y limitaron su número a doce, hasta el punto de que ya habían elegido a otro discípulo para reemplazar a Iscariote. Por los evangelios sabemos que había más discípulos, que eran tan testigos como los otros once. El pasaje de Emaús da incluso el nombre de dos de esos discípulos y ninguno de ellos pertenecía al grupo de los once y sin embargo eran tan testigos como éstos. Y está además el caso de María Magdalena y otras mujeres que acompañaban a Jesús, en su predicación itinerante, en igualdad de condiciones que los varones del grupo. Sin embargo el grupo de discípulos se autoreduce a doce, entre los cuales no hay ninguna de las mujeres del grupo anterior y la única presencia femenina que acompaña al grupo de “testigos” es la madre de Jesús, pero no en condiciones de igualdad apostólica con ellos sino en una situación indefinible que viene a ser el modelo de la subordinación que se destinó en lo sucesivo a las mujeres en la Iglesia y que persiste hasta el día de hoy. El lector crítico se pregunta que ocurrió en el grupo de seguidores de Jesús durante el poco tiempo transcurrido entre la desaparición del Maestro y la etapa inmediatamente anterior a Pentecostés. Ahí tuvo que haber tenido lugar algún tipo de ajuste de cuentas sobre el que no nos informan ni los textos evangélicos ni el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y sin embargo ese período fue decisivo para la deriva posterior de lo que acabó llamándose “la Iglesia” y la deformación del espíritu del mensaje de Jesús que ésta significó durante casi 2000 años.
Para comprender cómo esa Iglesia o asamblea de los seguidores de Jesús ha llegado al actual callejón sin salida en el que se encuentra (aunque su Jerarquía parece no darse cuenta) es preciso estudiar su bimilenaria travesía o trayectoria, las decisiones erróneas tomadas en el curso de esa historia, las desviaciones del espíritu del Evangelio, las deformaciones de la enseñanza del Maestro, el desprecio del objetivo final del Reino de Dios…
Ese estudio es el que se va intentar hacer a lo largo de los próximos capítulos. Lógicamente, no será un texto breve. Es para leerlo con calma y a pequeños trozos, y para reflexionar acerca de cada trozo leído. Gran parte del público aborrece los textos largos, pero las cosas son como son: se trata de un período de dos milenios y de lo que le ocurrió durante tan largo tiempo a un colectivo humano que no tiene nada de sencillo. A lo más que se puede aspirar es a exponerlo de la manera más sencilla posible y más asequible al público. Con la ayuda de Dios, esperemos conseguir ese objetivo.